viernes, 24 de junio de 2011

Una chuña en Buenos Aires

Se había hecho traer de sus pagos una chuña para acogerla como mascota conjurando las intactas tradiciones que mandaban alejar estos animales de las casas, en el convencimiento de que traen desgracia a los hogares en los que se domestican.

Vieja ave zancuda, desprolija y desdeñosa como él, en su vida en libertad gustaba de las zonas montañosas, los lugares de pastos altos y abundantes arbustos donde pudiera ocultarse con facilidad.
Don Domingo sentía gran empatía, cierta identificación mental y afectiva con el bicharraco. Tantas veces rechazado por su aspecto descuidado, pueblerino y polvoriento, había tenido que comer más de una víbora y alimaña, revolcándose después contra las piedras para sacarse la ponzoña. Aquel aguilucho de los campos, por naturaleza, poseía una gran agilidad para escapar de los peligros, prefiriendo la carrera a gran velocidad al vuelo, al que acudía en muy contadas oportunidades y cuando su perseguidor se le aproximaba demasiado.
De temperamento desconfiado, siempre en actitud expectante y alerta hacía eco con su voz fuerte, sonora, estridente al estruendo de la carcajada de su amo, anticipando algún aguacero repetido en la inquietante Buenos Aires.

lunes, 13 de junio de 2011

En blanco y negro

De pronto, el esmerado damero del primer patio se impone. Sobriedad evidente de un simbolismo cifrado. Esa alternancia formada por cuadrados blancos y negros, dispuestos exactamente de la misma manera que las casillas del tablero de ajedrez o de damas, repite el piso del templo masónico.

Representa, naturalmente, la luz y las tinieblas, el día y la noche, lo eterno y lo mortal, la civilización y la barbarie.
Sería inútil repetir que no hay que ver en ese simbolismo el reconocimiento de dualidades cósmicas expresadas por él, ni la afirmación de ningún dualismo, pues si tales duplos existen real y verdaderamente en su orden, sus términos no dejan por eso de derivarse de la unidad de un mismo principio. Por consiguiente, todos los pares de opuestos en otro nivel han de ser complementarios.
También es la admisión de todas las diferencias humanas unidas en la hermandad que garantiza la armonía y el recuerdo donde el iniciando debía sentarse sobre una piel de pelos negros y blancos, que representaban respectivamente lo no manifestado y lo manifiesto. El hecho de que se trate de un rito esencialmente iniciático justifica suficientemente la conexión con el piso de mosaico  al ingreso de la Casa de la Calle Cuyo y la atribución expresa a éste de la misma consideración, aun cuando, en el estado de cosas actual, esa significación haya sido por completo olvidada.