Una casa que desde afuera puede parecer una más de la ciudad pero que guarda una singularidad incontrastable: es el único hogar que tuvo Sarmiento en Buenos Aires.
Esta puerta no es un elemento pasivo, una simple barrera que se abre y se cierra mecánicamente. No es la simple discontinuidad de una pared para permitir o impedir la entrada. Por el contrario tiene una función muy activa y la capacidad de transmitir un mensaje, como cualquier otro elemento de la casa.
Al estar situada en los límites que determinan el interior y el exterior, es la delimitación de dos mundos, diferencia lo propio de lo ajeno, el interior o sagrado y el mundo exterior o profano. Es la comunicación entre dos estados y, sobre todo, la posibilidad de acceso de uno al otro.
Puerta y umbral van unidos, pero no son lo mismo. El umbral es el fragmento de piedra situado en la parte inferior de la puerta y en oposición al dintel colocado en la parte superior de la misma, es un lugar de tránsito que no deja de hablarnos de un ir y venir. Es el instante crucial de cambio, el momento íntimo en el cual no se está en uno ni en otro lado. En él no se puede permanecer y es el paso obligado que hace aparecer el amplio zaguán.